Como cualquier mamá orgullosa, los ojos de María Zenaida Cua Hernández brillan cuando ve a sus hijas Reyna Isabel y Leydi Patricia, de 18 y 16 años de edad, aprender a cortar pelo y pintar uñas.
Ser cultora de belleza podría ser lo más normal para muchos, pero para las hermanas es todo un reto, pues ambas tienen pérdida profunda de audición, lo que les impide también hablar.
“No oyen desde que nacieron”, dice María Zenaida, originaria de Texán de Palomeque, comisaría de Hunucmá, donde en su mayoría las mujeres son amas de casa y los hombres trabajan en el campo o la albañilería.
María Zenaida tenía poco más de 20 años cuando se casó con José Baltazar Ek Sánchez, a los 23 nació su primera hija. Cuatro años después, el 2 de enero de 2003, nació Reyna Isabel y al año y cuatro meses llegó Leydi Patricia.
Eran una familia típica hasta que María Zenaida comenzó a darse cuenta que Reyna Isabel, quien ya tenía año y medio, no le hacía caso cuando la hablaba y tampoco reaccionaba a los ruidos de su alrededor.
María Zenaida le platicó a su suegra, quien en primera instancia le dijo que era normal, pues la niña aún estaba chica. Pero una vecina, que tenía un hijo con la misma condición, la exhortó a llevarla con un especialista.
Preocupados por su hija, el matrimonio llevó a la niña al doctor y el diagnóstico fue pérdida profunda de audición. A sugerencia del médico, también le hicieron pruebas a Leidy Patricia y el resultado fue el mismo.
María Zenaida sintió que el mundo se le cayó encima y no paraba de llorar.
“Pensaba por qué a mí. Pensaba que era una prueba de Diosito para ver si las rechazo o las quiero más. No quería aceptarlo, pero luego dije que tengo que aceptarlo porque son mis hijas y así como son las quiero y siempre las voy a querer”.
Hasta hoy no sabe por qué nacieron así, pues no hay antecedentes en su familia ni en la de su esposo. “El doctor nos dijo que puede ser que les haya dado calentura y convulsionaron, solo a la grande le dio calentura, pero no convulsionó”.
Desde entonces, María Zenaida se convirtió prácticamente en la sombra de las dos pequeñas, aunque recuerda que había días en los que se desesperaba porque no podía entenderlas. “No sabía que querían, no podía saber si les dolía algo”.
Para no descuidarlas, y a petición de su esposo, no volvió a buscar trabajo a pesar de que el sueldo de su esposo era insuficiente para los gastos de la casa.
“Él me dijo que no trabaje, que las debo cuidar porque no vaya a ser que alguien les haga algo y como ellas no hablan ni escuchan no podrán decir que les están haciendo daño”.
Consciente de que las niñas deberían aprender a comunicarse, durante cuatro años las llevó al Centro de Rehabilitación y de Educación Especial (CREE) No. 11 en Mérida, donde también ella aprendió un poco de lengua de señas.
“Fuimos cuatro años, pero lo dejamos porque su papá se lastimó la columna y ya no tenía dinero para llevarlas. Estaba trabajando de albañil y se lastimó la columna, tuvieron que operarlo, le pusieron tres implantes y le dijeron que busque un trabajo ligero, que albañil ya no. Ahora es guardia de seguridad”.
Con lo poco que aprendieron de lengua de señas y de leer los labios, Reyna Isabel y Leydi Patricia han salido adelante. Incluso, asegura María Zenaida, cursaron sin dificultad preescolar, primaria y secundaria.
Ya no se animaron a estudiar la preparatoria, pero entonces surgió otra preocupación en sus padres: ¿Qué pasará cuando se queden solas?, ¿dónde van a trabajar?, ¿les darán trabajo?, ¿las tratarán bien?
“Por eso nos dedicamos a apoyarlas en esto (las clases de cultora de belleza), para que se queden en casa haciendo cortes”.
Oficio
Ser cultora de belleza no es algo que se les ocurrió de la nada. Desde pequeñas, Reyna Isabel y Leydi Patricia han mostrado habilidad haciendo peinados, trenza y maquillando a sus primas.
Parecía un pasatiempo, hasta que en una visita a Umán vieron a un grupo de estilistas del Instituto Autónomo de Belleza Astra Profesional haciendo cortes y demostraciones.
“Cuando nos acercamos, me dijeron que eso quieren ser y que así podrían trabajar en casa, hasta ya le dijeron a su papá que les construya un cuartito para que pongan salón de belleza”, señala María Zenaida.
“Con mucho esfuerzo mi marido y yo las estamos apoyando para que puedan valerse cuando no estemos, aunque mi suegra y mis cuñadas me dicen que no me preocupe”.
“Aquí las vamos a apoyar y aunque nos cueste un poquito quiero que ellas aprendan para que el día de mañana tengan algo de que vivir”, dice la mujer, quien no se separa de sus hijas y acude también a las clases para fungir de enlace entre ellas y los maestros del Instituto Autónomo de Belleza Astra Profesional, que tiene su sede en la local de la CTM al lado de la Casa del Pueblo.